Jorge Enrique Robledo, Bogotá, 8 de julio de 2011.
La crisis europea es de muy graves proporciones y consecuencias. Y la norteamericana se le parece bastante. La deuda pública de Grecia representa el 120% del PIB (486.000 millones de dólares) y la de Estados Unidos el 100%. Incluso los que están “bien” tienen severos problemas: Alemania debe el 143% de su PIB, Francia el 188% y la Gran Bretaña el 398%. Haber sostenido esas economías a punta de maniobras especulativas de endeudamiento público y privado, más los rescates bancarios pagados con fondos oficiales una vez la deuda se volvió impagable, empujó a la quiebra a los propios países. Si estos terminan por colapsar o se hunden en un declive largo y profundo caerían China, India y sus semejantes y con ellas el resto del mundo, incluida Colombia. Podría ocurrir algo incluso peor que la Gran Depresión. Dan grima quienes dicen que los colombianos estamos “blindados” frente a estas amenazas.
Pero lo más llamativo, además de que los causantes del desastre insisten en seguir con las mismas políticas que lo causaron y en que los daños los paguen los más débiles –débiles en cuanto a países, regiones, clases sociales y personas–, es que así también se demuestra el fracaso del recetario neoliberal del FMI. Porque el libre comercio se impuso para que esta crisis global, que lleva décadas incubándose, no golpeara a las potencias y a sus magnates, mediante el expediente de trasladársela a los países que giran en sus órbitas, condenándolos a entregarles a las trasnacionales el control total de sus Estados, su mercado interno, sus aparatos productivos –lo que no les destruyeron–, sus sistemas financieros, sus materias primas, su medio ambiente y, por sobre todo, el trabajo a menosprecio de sus pueblos.
El suplicio al que los neoliberales condenan a griegos, españoles, portugueses, norteamericanos, franceses y al resto del mundo también prueba que Europa y Estados Unidos no pudieron escapar de la crisis. Y las protestas de los pueblos muestran que a la par con la globalización de la opresión se globaliza la resistencia.
Cuando ya se conocen las causas y objetivos del libre comercio, al igual que su incapacidad para atender las necesidades de la humanidad, hay que ser tan hincha de Álvaro Uribe como Juan Manuel Santos para insistir en plagar a Colombia de TLC –con Estados Unidos, la Unión Europea, Canadá, Suiza, Corea y demás–, pactos leoninos que ponen el país en total indefensión ante las políticas cada vez más agresivas que Estados Unidos y los otros imperios les dictan a las neocolonias.
Si luego de tres lustros de experiencias –que empezaron con César Gaviria–, en 2006 ya era regresivo acoyundar a Colombia al TLC con Estados Unidos, ahora ni se diga. Porque ya ni siquiera caben las ilusas esperanzas de los ignaros y porque las condiciones generales para la aplicación de esas políticas no solo no han mejorado, sino que han empeorado.
¿No mantienen, y aumentan, las potencias el proteccionismo, incluida la devaluación del dólar, que revalúa el peso y deja sin salida a los productores colombianos? ¿No se especializa Colombia en la exportación de materias primas agrícolas y mineras, al tiempo que pierde porciones importantes de la industria y el agro? ¿No se desnacionaliza la economía y se cubre de gabelas a monopolios y trasnacionales, mientras trituran y maltratan a las pymes? ¿La extrema desigualdad social no hace del país una vergüenza universal? ¿No azotan el desempleo y el empleo precario al 80% de los colombianos? ¿No hay ocho millones de indigentes y más de la mitad de la población en la pobreza? ¿No son las privatizaciones una enorme defraudación del patrimonio público, la imposición de tarifas y costos impagables y una auténtica ladronera? Es todo esto lo que se empeorará con los TLC.
Tres hechos recientes muestran qué pasa en Colombia y a quién le sirve Juan Manuel Santos. Las universidades con ánimo de lucro, cuyas matrículas caras y notable mediocridad serán la norma, son una exigencia del capítulo de inversiones del TLC con Estados Unidos. Dicho capítulo también lleva al santismo a mantenerles el negocio de la intermediación financiera a las EPS, así ellas sean la base de la crisis del sector. Y en el último año la tasa de interés de usura, que determina el techo del crédito bancario de los pequeños y medianos empresarios, se elevó hasta el 48.5%, al tiempo que les exigen competir en el libre comercio o pagar lo que sus verdugos llaman su “ineficiencia”.
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